Artículo original en “El Bellas Arts”, número 4, publicado por Xanadu, Santiago de Chile, Septiembre de 2015
Parece ser, que antiguamente la condición de interioridad estaba asociada a una diferencia de nivel respecto del exterior. Los primeros pisos de los edificios estaban frecuentemente más alto que el nivel de la calle o de la entrada, una diferencia de altura que, antes de las rampas y los ascensores, se resolvía con escaleras y que pareciera estar relacionada con una forma de habitar más cercana a la ceremonia que al confort y la funcionalidad modernas.
El acceso al Museo de Bellas Artes ocurre a través de una escala ubicada en el eje central del edificio, cuyo primer descanso queda bajo el vano arqueado de la puerta principal, que origina una pilastra llena de flores y decorados que contornean este rasgo. El arco está enmarcado por dos columnas laterales y un arquitrabe (franja horizontal inmediatamente superior a las columnas), quedando unos espacios “resultantes” a cada lado del arco, ocupados por dos especies de niños que sostienen una rama de laurel cada uno.
Cada tanto, un funcionario del museo acompaña a esos querubines para fumarse un cigarrillo mientras, a 120 kilómetros de distancia en dirección hacia el mar, dos marinos custodian la explanada de la Plaza Sotomayor desde el descanso de la escalera de acceso a la ex intendencia, ubicada en el extremo sur de la plaza, en el barrio puerto de la ciudad de Valparaiso.
Estos edificios tienen en común, no solo el estilo neoclásico francés que los caracteriza, son además, testigos de acontecimientos curiosamente similares: frente a ambos edificios se montan estructuras temporales, la gente se junta, los estudiantes marchan, los turistas se agrupan en torno a una persona vestida de Wally, los amantes se besuquean y las parejas se pelean. Todo bajo la mirada atenta de esos espectadores posados junto a la puerta, más arriba de nuestro horizonte, donde su presencia no nos es indiferente.
En el Bellas Artes, la diferencia de altura entre el hall central y la calle, más que separar, parece abrir un dialogo entre el barrio y el museo: la gente junto a la puerta pasa a formar parte de la decoración Art Nouveau de su arquitectura, mientras que las situaciones cotidianas que transcurren en la calle constituyen interminables actos ante los ojos de quienes descansan en sus escalones.