Anoche iba cruzando en bicicleta por una pasarela que atraviesa Av. Lugones/Cantilo cerca de Ciudad Universitaria. Mientras trataba de esquivar a una madre que empacaba cosas en bolsas a ambos lados del puente, escuché que su hija le gritaba que tuviera cuidado con la bicicleta que venía. Habiéndolas pasado miré para atrás y me di cuenta que la bicicleta a la que se refería la niña era la mía, y no solo eso… que la bicicleta era yo, reducido a un vehículo en marcha.
un ejemplo de esto: “unos taxis sobre avenida pueyrredon”
A raíz de esto me di cuenta que también me refiero a los vehículos como entes deshumanizados, despreciando a la persona que las maneja. Expresiones como “un taxi se me tiro encima”, o “choqué contra otro auto” resultan normales para todos, menos para el conductor del vehículo en cuestión si llega a escucharlas. En el incidente de la madre y la hija, se me redujo a una canalización de energía que transforma el conjunto de fierros que es la bici, en un objeto animado.
Para la niña, la bicicleta era el sujeto, pero no porque me despreciara a mi, si no porque la bici era para ella un objeto deshumanizable a cuyo desplazamiento puede dejar de atribuirle valor como fruto de mi intervención.