Artículo original en “El Bellas Arts”, número 7, publicado por Xanadu, Santiago de Chile, Diciembre de 2015
Muy temprano, a un costado del parque Forestal de Santiago de Chile, cuatro personas duermen bajo la sombra de una hilera de plátanos orientales, completamente tapadas con frazadas, una en cada uno de los cuatro bancos que miran hacia el río Mapocho cerca del puente de Patronato. A esta hora, los que permanecen durmiendo y los que llegan a fumar, lo hacen buscando una situación particular: no ser molestados.

Junto a la baranda que confina la orilla norte del parque, se genera un espacio de detención que ofrece cierto grado de intimidad, debido en parte, a que este rincón se encuentra apartado de los flujos que corren paralelos a la costanera, pero más probablemente por la condición de borde que adquiere ante la presencia de una cavidad suficientemente profunda, ancha, ruidosa y volumétricamente vacía, como para desvincular ambas riberas y brindar esa soledad que buscan los que aquí se congregan.
El terreno que ocupa hoy el Parque Forestal surge de una de las obras del centenario. La canalización del Mapocho y la habilitación de nuevos suelos fiscales sobre su lecho, fueron proyectos apoyados fundamentalmente en argumentos higienistas para la entonces no-tan saludable capital. El intendente quería transformar Santiago en una ciudad moderna y civilizada, impulsando iniciativas para controlar las enfermedades con infraestructuras sanitarias y promoviendo la vida urbana mediante la habilitación de nuevos y grandiosos espacios públicos al más puro estilo europeo. Aspiraciones del sector aburguesado del país, pero en cuya concepción imaginaria no había lugar para los pobres, ni mucho menos para los indigentes.
A más de cien años de su materialización, tras inundaciones; remodelaciones; retoques y maquillajes, el parque mantiene esas características espaciales que de la mano del rio, convergen para ofrecer la intimidad que muchos no encuentran en otro lugar de Santiago. Como si las condiciones propias del borde trascendieran a los gobiernos, los planes, las modas y sus formas; como si el vacío impusiera la forma de habitar sus inmediaciones y garantizara el acceso a la marginación. Pero siempre dentro de los parámetros y límites urbanos.